Fue señalada como el hada malvada del reino y responsable de todos sus males, antes de que se llevaran su cadáver en una carretilla con la cabeza entre las piernas... Sin su indiferencia, sin sus reticencias a ejercer como reina, sin Trianon, sin sus amoríos, sus coqueteos o sus diamantes, sin los descréditos de la Corte alimentados por panfletos y caricaturas, sin la Revolución y la creencia de que la sangre vertida llevaría al progreso, María Antonieta habría tenido una existencia frívola y no habría muerto torturada. ¿Qué sucedió para que una reina adorada por todo un pueblo perdiera su afecto antes de morir odiada? ¿Qué ocurrió para que quien encarnaba el símbolo de la realeza contribuyera a precipitar su caída? Un ballet no puede dar respuesta a esas interrogantes complejas y, siendo sinceros, transcribir en movimientos la historia de la desgraciada austríaca es un ejercicio arriesgado acrecentado por las imposiciones propias de la música, decorados y vestuario o el propio número de bailarines. Pero, como decía André Gide, "el arte nace de la imposición". Y, sin embargo, a veces para liberarse de ella hay que tomar un camino restringido. Y por ello, obligados por la incapacidad material de representar la trayectoria de María Antonieta de principio a fin, hemos decidido limitar la acción y el contexto del ballet a Versalles. Dicho de otro modo, de una velada a otra, de su primera aparición en la Ópera real a su retirada con una comedia en la que fue "la reina del infortunio".
Ballet para 22 bailarines.
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