A partir de los años cincuenta, la política artística oficial de la dictadura franquista cambia de rumbo. En consonancia con lo que hacían otros países en la época, se comenzó a apoyar el arte moderno como parte de las estrategias diplomáticas. Se trataba de uno de los instrumentos de lo que se ha denominado soft power (poder blando), encaminado a lograr influencia a través de la persuasión y la seducción.
De la Bienal de Venecia al Festival de Eurovisión, las representaciones españolas obtenían premios, eran alabadas y celebradas. El objetivo que se perseguía era mejorar la imagen del régimen, desvincularse de los fascismos derrotados en 1945, afianzar y ampliar el espectro de sus apoyos a nivel nacional e internacional.
Noemí de Haro García es coordinadora del Máster en Historia del Arte Contemporáneo y Cultura Visual (UAM, UCM, MNCARS)