Hay heridas del pasado que tardan años en cicatrizar. Algunas, como la de la deportación vasca a los campos de concentración nazis, no se cierran en vida de quienes las sufrieron. Primero la muerte y el olvido consciente y después la desmemoria han contribuido a que, 80 años después de la liberación de los campos, la herida siga abierta.
Esta exposición, organizada por Gogora, el Instituto de la Memoria, la Convivencia y los Derechos Humanos del Gobierno vasco, en el marco del proyecto Memoria de la Deportación 1945-2025, trata de saldar una deuda que la sociedad vasca tiene con las personas deportadas y sus familias. Más de dos centenares de vascos padecieron el horror de la deportación entre 1940 y 1945 por haber defendido la democracia –representada por el Gobierno Vasco y la Segunda República española– en los años precedentes. Sin embargo, la memoria de estas víctimas y su experiencia ha sido desconocida para la mayoría de la sociedad vasca y la deportación, tal como se conoce este episodio en Europa, no ha formado parte de nuestra memoria colectiva.
Como dejó escrito Jorge Semprún, el de los campos de concentración nazis es un fenómeno cuya crueldad puede ser experimentada, pero que resulta imposible de conceptuar, de transmitir con el lenguaje ordinario. Los testimonios de muchos otros supervivientes ahondan en esa idea de inefabilidad y evidencian la dificultad de explicar lo que vivieron. Hasta para quienes lo sufrieron en sus propias carnes, resulta imposible no ya expresar con palabras sino siquiera concebir que algo así haya sucedido.
Esta exposición intenta recrear de forma rigurosa y visual el drama de la deportación vasca a través de testimonios de supervivientes, así como de objetos y publicaciones conservados por las familias, amicales, asociaciones e instituciones empeñadas en que su memoria no se pierda.
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